miércoles, 23 de abril de 2014

Te cuento un cuento

Dejame contarte un cuento.
Había una vez un joven llamado Elías. Elías tenía muchas incertidumbres, muchas dudas, muchas preguntas y pocas respuestas. Pero había algo que le quitaba el sueño. Elías se preguntaba ¿cómo me voy a dar cuenta de que estoy muerto?. Y se lo preguntaba a quien pasara por su vida. Un día se cruzó con un anciano, que lo vió muy preocupado. Entonces le preguntó: ¿joven, que te sucede?. Elías le respondió: es que nadie me puede decir cómo me voy a dar cuenta cuando esté muerto, y yo quiero saberlo. El anciano le dijo: es muy sencillo, cuando sientas mucho frío, las manos heladas, y ya no te puedas mover, en ese justo momento, vas a estar muerto.
Elías sintió un gran alivio, pues su máxima duda estaba resuelta. Continuó su camino por el largo camino nevado del sur. Cada huella que dejaba en la nieve, era una señal de que estaba vivo.
Cayó la noche. Se acostó al costado del camino y esperó el amanecer.
Cuando el sol le dió en cara, Elías despertó. Sentía mucho frío, frotó sus manos, estaban heladas. "Estoy muerto" pensó. Y yació en medio de la nieve mientras pensaba... "yo quería conocer Europa, pero qué lástima, estoy muerto". Una lágrima cayó. "Yo quería tener hijos, jugar con mis nietos, pero qué lástima, estoy muerto". "Yo quería bailar bajo la lluvia, pero qué lástima, estoy muerto". "Yo quería comer helado hasta que me duela la panza, pero qué lástima, estoy muerto". "Yo quería sentir el calor de una mujer sobre la playa, pero qué lástima, estoy muerto". Y así comenzó a lamentar todo lo que no había podido hacer mientras estaba vivo, mientras sentía la calidez de su cuerpo, mientras no estaba muerto.
Y lloraba acostado sobre la nieve. Y lloraba sabiéndose fuera de este mundo.
La noche lo volvió a sorprender. Escuchó aullidos y ladridos, cada vez más cercanos. Eran los lobos que habían olfateado carne fresca, presa fácil.
Elías pensó "los lobos me van a comer, ojalá pudiera salir corriendo, pero qué lástima, estoy muerto".
Los lobos no tardaron en deborar por completo el cuerpo de Elías. Aquel Elías convencido de que sus manos heladas le demostraban ya no estar con vida, cuando nunca había estado tan vivo, pensando y anhelando todo lo que quería hacer, sentir, experimentar, vivir. Aquel Elías que confío en su destino, cuando el destino no es más que la nuestras propias decisiones momento a momento, paso a paso, respiro a respiro. Aquel Elías que se olvidó de que estar muerto era sólo su deseo, deseo de cambiar su vida, de seguir viviendo.
Pero qué lástima, estaba muerto.

Dejame contarte este cuento, para hacerte saber que no existe el destino, no estamos predeterminados de antemano a ser lo que otros esperan de uno. No estamos destinados a estar solos si no queremos estar solos. No estamos destinados a sufrir si no queremos sufrir. No estamos destinados a morir si no queremos morir. Estamos acá para hacer, decir, sentir lo que querramos. Estamos para vivir. Enamorate de la vida, hasta el punto de disfrutar los momentos tristes. Enamorate de vos, aún cuando pienses "qué lástima, estoy muerto"

No hay comentarios:

Publicar un comentario